lunes, 27 de febrero de 2012

PROX ENCUENTROS EN PRIMERA


PROX. ENCUENTROS DE PRIMERA

domingo, 26 de febrero de 2012

Taconazo de tres puntos

TACONAZO DE TRES PUNTOS

El Rayo escribió la novela y el Real Madrid se llevó los puntos. El Rayito acumuló ocasiones bastantes para asegurarse el empate y soñar con algo más. El todopoderoso Real Madrid utilizó primero el comodín de Cristiano. Y el de Casillas después. Para tumbar a un equipo con dos talentos semejantes hay que marcar tres goles. Para asegurarse el resultado, ayer también habría que haber tumbado al árbitro. Y el Rayo no gastó pólvora de ningún tipo. A cambio, esta semana le saldrán unos poemas de amor desgarradores.
Hay quien sugiere que la proliferación de exatléticos en la plantilla del Rayo (hasta seis) prolongó en Vallecas el maleficio de los otros derbis. Pero la explicación es perversa. Armenteros falló en el minuto 90 un gol cantado y su única relación con el caso es nominal: el Sevilla Atlético. Antes fue Michu quien mandó al limbo lo que debió enviarle al cielo. Y él no conocía el rojo hasta colocarse la diagonal del Rayo. Tampoco Piti. Su remate, por cierto, merece un artículo en la revista Science. No es posible que un disparo que se estrella en la cara interior de un poste redondo salga despedido hacia la calle Payaso Fofó. O el palo es repelente. O lo son sus pies.
Y llegamos al árbitro. Su actuación fue torturadora. Para el mundo y para él. Sobre cada error edificó uno nuevo. Pasó de no tener criterio a variarlo constantemente. Confundió Vallecas con Transilvania y utilizó las tarjetas como si fueran ajos. El balance de tan curiosa enajenación es que el Rayo salió más ajado del Madrid.
Diremos en su leve descargo que el día no era fácil. Pepe tenía la tarde maléfica y Diego Costa decidió batirse en duelo goyesco con Sergio Ramos. Campillo, protagonista del saque de honor y campeón virtual del semipesado, debió disfrutar con el combate, si es que no quedó sobrecogido. Volaron codos, patadas, arañazos y todo tipo de pellizcos glandulares. Aunque los tres merecieron ducha anticipada, la sensación es que Ramos debió ser el primero en ser expulsado, al detener con el codo el avance del ardoroso delantero (minuto 19). Sobre esa roja y el consiguiente penalti se dibuja un partido hacia ninguna parte.
Tamaño. Las medidas del campo condicionaron las otras batallas. De hecho, durante muchos minutos, no hubo más estrategia que sobrevivir. El mediocampo, estrecha franja, era un terreno minado donde resultaba imposible establecerse. Al contragolpe visitante le faltaban metros. Al empuje del Rayo sólo le sobraba el Madrid.
Como el encuentro se jugaba en una mesa de billar, el gol sólo podía llegar de taco. Más que un tiro, lo de Cristiano fue un golpeo sigiloso y reversible en dirección a la tronera. Chut de espaldas, el gol que todos sueñan y que tan poco se repite en el fútbol profesional (más en el pachanguero). Y en ningún caso desde la media distancia. El colmo de la chulería en calzón corto. Decimos taconazo (taquito en Argentina, backheel en Inglaterra, calcanhar en Brasil) aunque deberíamos llamarlo talonazo, mejor todavía: Aquilesazo.
El primer mérito del genio fue imaginarlo y el siguiente, mucho mayor, ejecutarlo con la potencia exigida y la dirección adecuada. A eso llegan muy pocos. La evidencia es que Cristiano es una versión completísima del futbolista del futuro, el jugador 2.0, el iPlayer: músculos en las pestañas, retrovisor incorporado y empeines de doble cara. Pronto con wifi.
El balón embocó entre un bosque piernas y pasmos. Incluido el de Joel. El estupendo portero rayista (cedido por el Atlético, ay) paró todo lo que le vino de frente. Para eso se prepara uno. No para un retrochut con briznas de fuego. Eso no es de derecho, pensará él. Y tiene toda la razón. Concretamente, es de revés.

domingo, 12 de febrero de 2012

UN MADRID A DIEZ

UN MADRID A DIEZ


Si el Real Madrid observa por el retrovisor verá carretera y campo. Si espera en una colina, sentirá que la primavera llega antes que el Barça. Eso significan, aproximadamente, diez puntos. Especialmente cuando los saca el Madrid. La Liga está decidida y habrá que buscar otro estímulo para entretener el tiempo: récord de goles, de victorias, plusmarcas de Cristiano y ovejitas blancas.
Ahora parece prehistoria y habrá quien lo niegue, pero a los cuatro minutos marcó el Levante. Farinós sacó una falta y el balón dibujó el efecto que sueña el nueve clásico, esa especie en extinción. El resto de la acción fue un intercambio de papeles. Sergio Ramos peinó lo que debía peinar Ballesteros y el defensa argentino Cabral (siete goles en ocho años) cabeceó a placer lo que debió rematar Koné.
El Madrid se tomó el gol como un aliciente, suele hacerlo. La impresión es que regala ocasiones igual que los equipos de curso superior conceden goles de ventaja en los recreos; para animar los partidos. Sucede en el Bernabéu, preferiblemente, y no es una enfermedad grave: se trata de una travesura del subconsciente para ponerle emoción y, de paso, desafiar la autoridad del entrenador. El subconsciente es muy atrevido.
El empate, no obstante, tardó en llegar. El Madrid se lanzó a un asedio medieval y el Levante se protegió académicamente. Incluso más que eso. Cada vez que pudo asomar la cabeza, el poderosísimo Koné tuvo una buena ocurrencia en ataque. Uno de sus pases a la espalda de los centrales acabó en una oportunidad de Iborra que desbarató Casillas.
El Madrid no se dio por aludido y continuó percutiendo. Su táctica se basaba en el asedio de castillos, primer tomo. Antes que un delantero, el ariete es una máquina militar para derribar murallas y eso mismo parecía el Madrid, cambien la cabeza de carnero por la de Benzema.
Ante la evidencia de una rendición segura, Del Horno quiso torcer el destino con una riña pandillera por la que pudo ser expulsado y expulsar a Sergio Ramos. Nada de eso ocurrió. Nada forzado. Nada heroico. Agotadas las posibilidades de sobrevivir, un piano cayó sobre la cabeza del Levante.

Pena.

El hecho es que lo de Iborra no fue un penalti, sino una desgracia pianística. Toqueteó el balón con los dos brazos dentro del área sin que quepa otra explicación que la pelota se le puso mimosa, como si fuera presa de un flechazo repentino, abrázame Vicente, aquí y ahora. El futbolista podrá decir en su descargo que no fue su culpa, que se vio acosado, y aunque parece bastante cierto, nadie le creerá. El árbitro no lo hizo. El desastre, por lo tanto, fue completo: Iborra no sólo vio la segunda amarilla y propició el empate del Madrid; la pelota, además, se fue con otro.
La pregunta en los minutos del descanso fue cuántos obstáculos harían falta para impedir la victoria del Madrid en el Bernabéu. Dos, tres, quizá cuatro. El subconsciente nunca se atreverá a tanto, pero el concurso está abierto.
La segunda parte careció de intriga. El líder ya estaba impulsado por el sabor de la sangre, la distancia con el Barça y la voracidad de Cristiano. Suyo fue el segundo gol, a pase de Higuaín. Y el tercero, maravilloso. Más que un tiro lejano fue un cometa cercano, un prodigio de potencia, frotamientos vectoriales y efectos especiales.
Koné dejó su rúbrica en el partido con un cabezazo que recordó los viejos méritos del Levante: descaro y agilidad. Hasta que Benzema volvió a engordar el marcador con un gol elástico y genial, un derechazo propio de Figo, dicho sea sin faltar. Si Özil hubiera marcado después habría salido a hombros. Lo impidió el poste, pero el túnel que le condujo hasta allí habrá dejado surco. Y convendría regarlo. Brotarán flores.